Cuando no está persiguiendo un programa ilícito de armamento nuclear, la directiva iraní se involucra en otra tarea de importancia nacional, conocida, en palabras del expresidente iraní Mohammed Jatami, como “el Diálogo de Civilizaciones”.
Una traducción más simple sería “la promoción iraní”. La directiva iraní se ha embarcado en una engañosa campaña para presentarse como faro del liberalismo y el modernismo en Oriente Medio. En un discurso leído en Harvard en septiembre, por ejemplo, Jatami predicaba el final de la violencia. También hablaba en profundidad de las reformas democráticas en su propio país y acerca de tolerancia y derechos humanos. Jatami fue tan lejos como para condenar el terrorismo y los atentados suicida, y sugirió que todo el mundo “debería condenar la violación de los derechos humanos dondequiera que ésta tenga lugar”.
Pero ver la campaña de relaciones públicas de Jatami como una señal de moderación iraní sería un error. En lugar de eso, debe clasificarse como parte de una tentativa gubernamental por censurar las voces genuinas de moderación dentro de Irán. El temor precisamente a esas voces ya ha llevado a las autoridades iraníes a ordenar el cierre de más de 100 periódicos asociados con los bandos reformista y de la oposición en los cuatro últimos años. Una víctima reciente de esa campaña fue el Shargh, el principal diario reformista de Irán, y la revista política Nameh. Shargh publicó una viñeta que parecía ridiculizar las negociaciones nucleares iraníes; el Nameh fue clausurado a la fuerza por la publicación de un poema de la poetisa disidente Simin Behbahani.
Mientras las voces de la disidencia son silenciadas, la escena nacional queda abierta al mensaje oficial iraní. Ese mensaje se mantiene en consonancia con la práctica iraní del “separado pero consistente”: un conjunto de mensajes consistentes para Occidente, otro para el buen pueblo de Irán. Así, las “moderadas” declaraciones de Jatami en Harvard evitaban mencionar el “Ejército de los Mártires” de Irán. Recientemente, alrededor de 40.000 personas firmaban una declaración para convertirse en “voluntarios suicida”. El comandante de ese “ejército” afirmaba: “Hemos identificado alrededor de 29 puntos débiles susceptibles de ataque en Estados Unidos y Occidente. Tenemos intención de detonar alrededor de 6000 cabezas nucleares americanas”.
En los libros de texto escolares iraníes y particularmente en aquellos redactados durante el mandato de Jatami, el martirio es destacado de manera expresa. Los libros, que fueron revisados recientemente por el Center for Monitoring the Impact of Peace, una organización no gubernamental que examina el contenido de los libros de texto utilizados en Oriente Medio, exhortan al martirio colectivo y a una guerra inevitable. “La iniciativa de la jihad es pues también un tipo de defensa, defensa de los derechos privados al pueblo, defensa del honor del pueblo, y defensa de los derechos del oprimido”, concluye un libro de formación religiosa infantil, que lleva el sello personal de Jatami.
La abismal diferencia entre las acciones y las declaraciones de los funcionarios iraníes puede explicarse en el contexto de su misión central, una misión que comenzó en 1979 con la revolución del ayatolá Jomeini. Estos objetivos se hacen evidentes cuando se examinan las declaraciones y los documentos producidos por la directiva iraní. Una revisión de los discursos, los libros de texto y los programas de medios iraníes muestra paralelismos consistentes entre la era revolucionaria de Jomeini y la presente Republicana iraní. La herencia de Jomeini – de velayat-e faqih (gobierno absoluto del clero) – es aún la fuerza motriz en Irán, no los principios democráticos. La revolución de Jomeini no está completada, y su principal rival que es Occidente.
En consecuencia, los iraníes son instados a prepararse para una guerra global a vida o muerte contra los opresores infieles. En otra cita que aparece en el plan iraní de estudios, Jomeini explica además sus convicciones políticas diciendo “¡Oh musulmanes de todos los países del mundo! Bajo el dominio de los extranjeros que se os ha inflingido con muerte gradual, deberíais superar el miedo a la muerte y hacer uso de la existencia de la apasionada juventud ansiosa de martirio, que está dispuesta a romper las fronteras de la infidelidad… La gloria y la vida están en la lucha… Después de eso, está la decisión de que os prohibáis [la sumisión a] la supremacía de los infieles del mundo y el politeísmo, América en especial”.
Completamente distinto es el mensaje difundido a Occidente. Compareciendo ante Naciones Unidas, el Presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad hablaba de coexistencia pacífica y moderada entre naciones soberanas. Omitía cualquier referencia a sus declaraciones previas de que Israel debe ser borrado de la faz del mundo y de que su soberanía no puede reconocerse. Ahmadinejad describía a Hezbolá como un movimiento de resistencia que lucha por “la integridad territorial” del Líbano. No hacía mención al objetivo declarado de Hezbolá: la destrucción de Israel y la imposición de un estado islámico en el Líbano. Tampoco trataba la exigencia del Líbano de desarmar a Hezbolá, una organización equipada con armamento iraní superior al del “soberano” Líbano.
Para comprender apropiadamente la apuesta de Irán por el estatus nuclear, uno tiene que enfocar las declaraciones del régimen como una especie de publicidad: para encontrar la verdad, lea la letra pequeña. Cuando un gobierno profesa su interés en la estabilidad regional pero habla constantemente de las vulnerabilidades americanas en Irak; cuando afirma estar a favor de la paz pero pide la destrucción de Israel; y cuando se disocia retóricamente del terrorismo mientras promete la detonación de cabezas atómicas y jura apoyo al terroristas suicida, la verdad de la peligrosa agenda de Irán aparece revelada.