Nir Boms
JERUSALÉN — En su encuentro de este pasado mayo, la Organización Mundial de la Salud adoptó una resolución de condena del “deterioro de las condiciones sanitarias de la población siria en el Golán ocupado, producto de las prácticas autoritarias de la ocupación israelí”. La resolución, iniciativa de los delegados palestino y sirio, engrosa las surtidas iniciativas de condena a Israel en las instituciones internacionales y las relacionadas con la ONU.
Curiosamente, esta condena llegaba justo cuando otro grupo más de sirios heridos de gravedad cruzaba la frontera sirio-israelí para recibir tratamiento en un hospital militar montado en el Golán justamente a esos efectos. A fecha de este escrito, más de un centenar de sirios heridos — de hasta cuatro años de edad algunos de ellos — han cruzado la frontera entre los dos países en busca de ayuda humanitaria. Los servicios médicos de la cara israelí del Golán se han vuelto lo bastante famosos como para que uno de los heridos recientes, con una bala alojada en el pecho, se presentara con un detallado informe médico en árabe sujeto a su camisa.
Echar una mano a los sirios no se ha limitado al canal médico-militar. Las ONG israelíes llevan implicadas en labores humanitarias desde el principio de la guerra civil siria en marzo de 2011, trabajando en ocasiones a instancias de una organización no israelí en Jordania y Turquía, entre otros lugares. A través de este artificio, centenares de toneladas en equipo (incluyendo medicinas, ropa, alimentación infantil, tiendas de campaña y equipo higiénico-sanitario) han acabado en comunidades de refugiados dentro y fuera de Siria. Recientemente, por ejemplo, un buen número de organizaciones judías — como Joint Jewish Distribution Committee o la Coalición Judía de Ayuda en Catástrofes Humanitarias — se unían a la campaña pública para ayudar a los menores del campamento de refugiados jordano de Zaatari, que en la actualidad alberga a más de 150.000 refugiados sirios. Estas labores, que por un buen número de razones no han visto la luz pública, ofrecen un interesante prisma a través del que examinar algunos de los acontecimientos que están teniendo lugar en la región — y brindan un atisbo de esperanza en un futuro mejor.
A nivel oficial, por supuesto, Israel se enfrenta a opciones más crudas. Si bien ha evitado tomar partido en el conflicto sirio, el gobierno israelí se enfrenta a varios dilemas estratégicos de alternativas igualmente malas. Por una parte, no aspira a interpretar un papel en lo que muchos consideran un conflicto entre dos males — el régimen Assad e Irán por un lado, y al-Qaeda y las fuerzas islamistas del ramo por el otro. Por otra parte, Jerusalén no puede pasar por alto el peligro inmediato de que un arma avanzada o no convencional pueda abandonar el arsenal sirio y acabar en las manos equivocadas. Después están los efectos regionales; habiéndose contagiado al Líbano y convertido en un caos, el conflicto puede filtrarse con facilidad a través de la frontera israelí, panorama que viene siendo debatido entre un buen número de autoridades israelíes.
¿Cómo encaja pues en la ecuación la inversión de millones en equipo médico destinado a los sirios? De una forma muy interesante.
La primera oleada de sirios heridos se presentaba sin avisar. Un puesto militar local avistó a varios sirios sangrando y decidió intervenir primero y solicitar permiso después. El permiso acabó por ser concebido, y a medida que los combates en el Golán sirio se intensificaban a principios de 2013, más heridos de gravedad iban cruzando la frontera. La vía militar no partía de la nada, no obstante; ya a principios de 2012, un buen número de colectivos en Israel habían pedido públicamente la intervención humanitaria a cierto nivel. Interviniendo en una concentración en marzo de 2012 en Tel Aviv, líderes civiles decían que en calidad de israelíes y de seres humanos, no podían cruzarse de brazos y contemplar desde la distancia estas atrocidades. De aquel llamamiento a las armas surgieron varias recogidas de ropa y otros suministros destinados a los refugiados. Desde entonces, un buen número de organizaciones israelíes se han unido a la causa, diciendo que salvar vidas, valor judío, es algo sagrado más allá de la política. Estos llamamientos a la acción han cobrado un buen número de formas, y 900 toneladas de ayuda israelí se han repartido hasta la fecha entre los refugiados sirios, sin ninguna publicidad en su mayor parte.
Ahí reside la lógica de esta labor. Cuando el rebeldes sirio, sea madre o padre, se encuentra que “el enemigo” echa una mano, se produce un momento de confusión. He mirado personalmente a los ojos de los sirios que descubren que la ayuda llega de la más inesperada de las fuentes. No es un encuentro fácil, pero es el extraordinario que permite un infrecuente diálogo que hasta la fecha no ha tenido lugar. Mientras israelíes y palestinos llevan más de 30 años hablando, los israelíes y los sirios nunca se han “reunido” realmente. Paradójicamente, la tragedia de Siria ha abierto por fin la posibilidad de iniciar esa conversación.
El conflicto que se ha cobrado las vidas de más de 100.000 personas, arroja más de 6 millones de refugiados y hecho Siria pedazos dista mucho de estar en su final. La devastación va más allá de lo que la mayoría puede empezar al menos a captar, y la ayuda ofrecida dista de bastar. Aunque la iniciativa israelí es significativa en sí misma, todavía palidece en comparación con la labor desempeñada por países como Arabia Saudí o Qatar. La dimensión israelí, no obstante, no está relacionada únicamente con la cantidad de la ayuda que se está prestando. También es un mensaje de compasión, y de esperanza, en que quizá un día, uno de los jóvenes sirios cuya vida fue salvada tenga oportunidad de ver esta región de forma distinta.
El Dr. Nir Boms del Centro Dayán de Estudios de Oriente Próximo trabaja con la oposición siria y está implicado en un buen número de iniciativas humanitarias sirio-israelíes.