El dominó, el juego regalado al emperador chino Hui Tsung en el siglo XII, viajó lentamente antes de llegar por fin a Oriente Medio. En estos tiempos, sin embargo, parece ser el juego de moda — empezando por Túnez y Egipto, causando estragos en Yemen, Libia y Bahréin, y llegando ahora hasta Siria.
La realidad de Oriente Medio, no obstante, no es ningún juego de mesa, sino una lucha por la supervivencia. Como los antiguos emperadores de la China, la vieja guardia que queda — las voces del pasado — luchan desesperadamente contra su propio pueblo, que aspira a tener un futuro diferente. Y las voces del pasado parecen estar claramente alineadas. Son pilotos de las Fuerzas Aéreas de Siria los que pilotan algunos de los cazas MiG con órdenes de atacar las ciudades de Libia en manos de los rebeldes. Un funeral oficial sirio celebrado en honor a uno de ellos, caído en “el cumplimiento de su deber”, tenía lugar en Damasco en medio de las multitudinarias concentraciones anti-Siria. Turquía detenía hace poco dos aparatos iraníes por “inspecciones de rutina”, para descubrir lanzacohetes, morteros y armas automáticas destinadas a las fuerzas de seguridad de Assad y sus aliados de Hezbolá en el Líbano. Assad, según fuentes de la oposición, habría dado el visto bueno al despliegue de cientos de efectivos en Libia, así como de munición antiaérea y antitanque destinada a Gadafi. Hay informaciones que apuntan haber visto efectivos del Cuerpo de la Guardia Islámica Revolucionaria Iraní trabajando junto al ejército sirio para reducir a los manifestantes. La ayuda iraní podría haber contribuido a la creciente brutalidad manifestada por las fuerzas sirias del orden, que se las arreglaron para matar a más de 50 manifestantes este último fin de semana. Pero eso no detiene a las masas, alrededor de medio millón de las cuales desfilaban por nueve municipios sirios el mismo fin de semana.
Más de 200 personas han perdido la vida y docenas han resultado heridas de gravedad en una ola de manifestaciones que comenzaron en el municipio sureño sirio de Deraa. Aunque Assad se apresuró a culpar a una “conspiración extranjera”, parece que sus verdaderos enemigos son los sirios leales, incluyendo a mujeres y niños como Mundhir Masalmi, un niño de 11 años fallecido en Deraa como consecuencia del gas lacrimógeno, o Massalmeh Moaamin , de 14 años, alcanzado por un disparo allí. Las fotografías y las grabaciones de teléfono móvil muestran un uso brutal de la fuerza que incluye francotiradores y gases. Una grabación muestra a un manifestante disparado en una pierna, capturado y más tarde apaleado por alrededor de 50 vigilantes de seguridad. Otras muestran cadáveres sobre el suelo sin rastro de ayuda médica. Las fuerzas sirias de seguridad ni siquiera se saltan las mezquitas en su persecución de los manifestantes.
Aunque Deraa fue el primer foco, otras ciudades de Siria se han unido recientemente al caos, incluyendo Alepo, Homs, Jassem, Latakia y Banias, donde los manifestantes gritan “¡Abajo Bashar!”.
En Duma, un suburbio de Damasco, la policía abrió fuego contra cerca de 20.000 personas reunidas en una céntrica plaza que cantaban “libertad”. Los manifestantes también se congregaron frente al edificio del Ministerio del Interior, exigiendo la liberación de presos políticos. Miles de presos de esa naturaleza están recluidos en Siria, y más se han sumado durante las últimas manifestaciones. Tal Mallohi podría ser el más joven, detenido por bloguear acerca de la igualdad entre los seres humanos con 7 años de edad.
Esperando aliviar tensiones, Assad disolvió su gobierno y manifiesta su disposición a levantar el estado de excepción presente desde 1963. Pero a la oposición siria no le va a bastar. “Deraa es Siria” cantan los manifestantes reunidos en el centro de Damasco, junto a la Mezquita Umayyed.
Como en otros lugares de la región, es otra declaración de que cuando el terreno se presta, una pequeña chispa basta para provocar un siniestro.
“Esto no va de fichas de dominó”, me decía la semana pasada Bassam Bitar, antiguo funcionario sirio en activo entre la oposición más de una década. La oposición sembró las semillas de este momento y durante años soñó con esta oportunidad. Hablando desde Damasco, Yassir me informa de que los líderes tribales y civiles de la sociedad se han movilizado. “Cuenta nuestra versión”, solicita, sabiendo que algo de atención occidental va a ayudar a inflar las velas de la esperanza de aquellos que se enfrentan a una dispar lucha contra las armas del miedo y el gas.
Mientras Gadafi, Ahmadinejad y Assad siguen aferrándose al pasado, libios, iraníes y sirios se cuentan entre los dispuestos a dejarse la vida con la esperanza de un futuro mejor. Tras años en los que las violaciones brutales de los derechos humanos fueron objeto de poco más que palabrería occidental, la expulsión de Libia del Consejo de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas y la intervención en Costa de Marfil sientan un importante precedente. Los derechos humanos aún pueden ser tomados en serio — pero no si los líderes mundiales eligen guardar silencio como han hecho en el caso de Siria, empezando por Barack Obama. No debemos subestimar la importancia de las palabras que conllevan el potencial de inflar las velas de la esperanza de los que se están manifestando en Teherán, Sanaa, Manama, Trípoli o Damasco. Mucho se han dejado la vida porque los dictadores recibieron carta blanca para saltarse descaradamente los derechos y las vidas de la población. El mundo debería de respaldar a la población de Siria y apoyar los llamamientos a la libertad en la región — y Estados Unidos debería de ser el primero en pronunciarse.
A veces las fichas de dominó necesitan un empujoncito.